Cuentan que, noche tras noche, el abuelo se inventaba un nuevo cuento para su nieto, y se lo contaba al irse a dormir, a media luz.
El cuentacuentos le vio un día muy abatido. Ningún intento por parte de nadie servía para animarle. El pequeño niño pensaba (sus razones tendría, o quizás no) que no había en el mundo un niño más desgraciado e infeliz que él, siendo incapaz de valorar todo lo que tenía a su alrededor. Sin entusiasmo, escucharía el relato y desaparecería del mundo tras una cálida sábana que lo llevara bien lejos.
Al verlo tan envejecido y carente de vida, el abuelo le dijo al joven:
Un matrimonio tuvo gemelos. Aunque se parecían a más no poder en cada célula de su cuerpo, eran las personas más distintas que uno podría llegar a conocer.
El primero era sencillo y satisfecho, aprovechaba esta vida para disfrutarla al máximo en todo momento, y cuando las cosas le salían torcidas, se sentía afortunado por todas las otras veces. Confiaba en su capacidad, y ésa era la clave de su encanto. El chico no sería tan bueno en lo que se proponía si no confiara en sí mismo de antemano, y eso era posible debido a que en su interior había paz.
Su hermano, por el contrario, era inseguro. Pese a ser muy buena persona, sentía que los demás hacían las cosas mucho mejor que él, así que relegaba sus tareas a los otros, convencido que desempeñarían un mejor papel. Siempre le faltaba algo para sentirse a gusto, y lo buscaba, erróneamente, fuera de él.
Los padres de ambos siempre los comparaban, y en éstas que el primero se sentía afortunadísimo de ser más atrevido y espabilado que el otro, eso fortalecía la seguridad en su propia capacidad. Cuando el otro sentía que comparaban sus fracasos con los triumfos de su hermano, se entristecía, sentía envidia y al mismo tiempo se culpaba por ese rencor que sentía hacia su propio hermano, y como un eco de sus resultados, más estaba convencido que no valdría nada en la vida.
- Si uno había salido tan optimista y el otro tan pesimista, ¿qué se le puede hacer? Así nacieron, así vivieron.
- Oh, pero ¿hasta qué punto crees que esa barrera entre una opción y otra es tan rígida?
- Más que una barrera, es un abismo, abuelo. No veo posible que el hermano desdichado pudiera empezar a aprender a ser como el otro.
- La frontera entre el optimista y el pesimista, más que su biología, parte de sus elecciones. Todos tenemos esos dos hermanos a los que nos podemos semejar o alejar. Todos podemos decidir hacia dónde queremos que nuestro estado de ánimo continúe, en cierto grado.
- ¿Cómo?
- Deseándolo. Si te resignas, no cambiarás nunca. Mas si te empeñas en perseguir lo que anhelas, te darás cuenta que ya empiezas a ser diferente, y el mundo sonríe un poco más que antes.
- El mundo seguirá siendo el mismo.
- Pero no el tuyo.
Donde acaban los límites de la genética, comienza el poder de decidir qué hacer con ella. Sólo nosotros decidiremos qué alimentar, una opción u otra.

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