dimecres, 12 d’octubre del 2011

Dejarte marchar

Me quedo afónico cuando llega el momento de decir adiós. Por eso siempre vuelves, como perrito fiel con ilusión en la mirada, meneando la cola. ¿Y cómo apagar esa llama de ilusión, cuando deseo que en mí mismo estalle alguna chispa?

Será que me gusta conservar la voz cuando ésta ha de dañar y que odio como suena cuando se traba como mil cables rodando en una lavadora. Será que no se me da bien apartar una parte de mí tan lejos de mi cuerpo. Será que cuando me miras así, se me pasan las ganas de repartir malas noticias. Será que tras cada esquina acechan miedos. Miedo a no dejar de soñarte cuando no duermas conmigo, a reconocerte en cada persona de la calle. Miedo a no verte más fuera de espejismos traicioneros.

Y sin embargo, sólo de mí depende salvarte, arrancarte las bandoleras que sin proponérmelo te voy clavando con cada beso. Gotas de sangre que saben a gloria.

No, nunca se me ha dado bien cortar lazos que desearía mantener atados. Comprenderás que cuando se enredan tanto dos historias, hasta la agonía ahogan y aprietan y asfixian. Y pese a intuirlo a mí sigues acudiendo, hasta que me decida a estrangularte.

Me cuesta ser valiente, saltar al precipicio con los ojos cerrados y comprobar que no me estrello. 

Siempre la maldita prudencia, falsa sabiduría, que pone kilos y kilos en la balanza del conformismo y vuelve inefables a las diez millones de posibilidades que aguardan al otro lado... y que nunca se harán visibles sin ese salto. 

Siempre la maldita prudencia nos impide saltar al vacío, es ella la que me quita la voz en el intento de separar tu camino de mi inmenso laberinto.

Vayamos juntos, si quieres, al borde de ese abismo. Bailemos el último tango vestidos, y que caiga el mejor.

1 comentari:

  1. El tango suicida!

    A la meva última entrada també faig servir un tango.

    Estás descobrint ara el teu costat literari hispánic, está molt bé.

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